Ocurrió hace mucho tiempo. Vivíamos en una pequeña casa con un pequeño jardín que tenía plantado un pequeño árbol. Rodeados de campo. …y de vecinos… …que vivían también en pequeñas casas con pequeños jardines. Todos vivíamos felices. Hasta que apareció de la nada un topo en nuestro jardín. Como cualquier topo que se precie, hacía horribles agujeros en nuestro jardín todas las mañanas destrozando el césped minuciosamente cuidado. Utilizamos todas las técnicas para espantarlo. Sin éxito.
Un día, la familia de topos pertenecientes a la familia de tálpidos, decidió abandonar nuestro jardín e irse al del vecino. Nos pusimos muy felices. Pero la felicidad duró poco tiempo. Un vecino nos acusó muy enfadado de que el topo “era nuestro” y que estaba destrozando su jardín. Que debíamos hacer algo. Intentamos argumentar de forma lógica. Sin éxito. El vecino dejó de hablarnos durante mucho tiempo.
El topo me enseñó dos cosas que me han servido el resto de mi vida:
1.- Siempre habrá alguien que te eche la culpa de algo aunque no tengas responsabilidad alguna.
2.- Tratar de razonar con “ese alguien” utilizando argumentos lógicos, razonables y sentido común es como hablar con las paredes.
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