
Miro por la ventana. No se escucha nada. Sólo un gran silencio.
Sigo observando. Los basureros recogen nuestras basuras del día anterior. Sigo observando. Reponedores, cajeros y cajeras de un supermercado cercano llegan a sus puestos de trabajo. Para poder abastecernos de alimentos cuando abra el centro.
Sigo observando. Llega una furgoneta con los pedidos de Amazon. Los porteros recogen los pedidos y los almacenan en sus pequeñas garitas. Porteros que se han preocupado de dejar las puertas de los recintos abiertas para que no tengamos que tocar los picaportes y que cuidan de nuestra seguridad.
Y sigo observando desde lo alto de mi ventana. Y me doy cuenta de varias cosas:
– que ningún puesto de trabajo está por encima del resto.
– que nadie es más que nadie.
– que todos los puestos y cargos merecen nuestro respeto y admiración.
– que los virus son los únicos que nos tratan a todos por igual.
Cargos “invisibles” en circunstancias normales.
Cargos esenciales y vitales en circunstancias difíciles como las que vivimos.
Y volverá la calma…porque volverá. Y cuando vuelva, recordaremos a esos hombres y mujeres que nos cuidaron mientras nosotros estábamos en casa.
Y podremos aprender algo del virus.
A tratar a todos por igual.