
De niño iba a coger ranas a la charca.
Había cientos de ranas. Y cientos de niños buscando ranas.
Era muy divertido. Metíamos la mano en el barro de la charca y con un par de movimientos en zigzag las cogíamos. Había que intuir donde se escondían. Luego las contábamos y las volvíamos a soltar para que no se acabasen y para volverlas a cazar el siguiente día.
Volvíamos a casa cubiertos de barro y con olor a rana. Cuanto más barro y más sucios, más divertido nos lo habíamos pasado. Se me daba muy bien coger ranas. Era el mejor de la pandilla cazando ranas. El fútbol, por el contrario, nunca se me dio bien. Me vi obligado a desarrollar las habilidades de portero. Me convertí en un buen portero que cazaba ranas.
Hoy paseo por la misma charca. Sigue habiendo ranas. Lo que no hay es ningún niño cazándolas. Muy curioso. Imagino que es porque no está muy bien visto cazar ranas.
Este verano vi una rana saltar sobre la charca. Miré a mi alrededor. Nadie me observaba. Metí la mano en la charca para ver si la cogía. Se me escapó.
Perdí mi habilidad de cazar ranas.
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