Alberto era el maquetador del equipo. Sus funciones se ‘limitaban’ a preparar maquetas de apps para su presentación posterior al cliente. Su trabajo se realizaba “en la sombra”. Lo hacía excepcionalmente bien. El jefe le mandaba lo que tenía que diseñar. Lo que tenía que cambiar. Hasta el último detalle.
Alberto diseñaba. … y el jefe presentaba él solo la maqueta al cliente. Así día tras día. Año tras año. Alberto no sabía el PARA QUÉ de su trabajo. Ni el POR QUÉ de los cambios y modificaciones.
Un día llegó un nuevo jefe. Le dijo: “Me gustará que me acompañases mañana a presentar TU diseño al cliente”. Alberto se sorprendió. Dedicó toda la noche a perfeccionar su maqueta. Antes de la presentación estaba nervioso. A los pocos minutos los nervios desaparecieron. Estaba emocionado presentando. Respondiendo preguntas del cliente. Tomando notas de mejoras. Explicando “los aspectos técnicos” de su maqueta.
El jefe se quedó en un segundo plano. Intervenía puntualmente para reforzar los mensajes de Alberto. Para apoyarle. Fue una presentación excepcional. El cliente felicitó a Alberto por su trabajo.
Regresando en coche a la oficina dijo a su nuevo jefe: “Gracias por la oportunidad. Es la primera en muchos años que veo que mi trabajo tiene un sentido”.
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